Clasicismo y romanticismo no son fácilmente separables. Se trata de dos polos contrarios que responden a una doble aspiración de la burguesía de fines de siglo XVII y parte del XIX; la tensión entre el orden y la libertad, o entre la razón y el sentimiento, se resolverá dando mayor preferencia al primer aspecto cuando se lucha contra la irracionalidad política de la antigua monarquía absoluta, mientras que la explosión de la libertad y el sentimiento se manifestará más tarde, una vez consolidadas las conquistas revolucionarias. Esto explica que el romanticismo dé la tónica moral al siglo XIX, sin que por eso desaparezcan los ímpetus neoclásicos. El hombre romántico alimenta un espíritu de rebeldía que le lleva a las más arriesgadas empresas políticas (“la revolución” como idea permanente es una de sus obsesiones) o personales: contra el convencionalismo amoroso, la pasión y la vehemencia; contra el materialismo, una exaltación religiosa conectada con el deseo de revivir el pasado medieval; contra el orden y la seguridad, el riesgo y la aventura.
Por primera vez en la historia. El romanticismo, como movimiento intelectual, cuenta con poderosos vehículos de difusión. Nuevas técnicas para producir y multiplicar imágenes a un precio reducido, surgen en estos años. La litografía permite al artista dibujar directamente sobre la piedra pulimentada con el fin de imprimir cuantas copias se deseen de ese original.
Las tendencias hacia el realismo maduran en el seno del romanticismo. La disolución de la visión clásica que se opera en la primera mitad del siglo XIX y la liberación de la técnica pistórica contribuyen a romper la tradicional jerarquía temática. Ya no era preciso pintar a los héroes y dioses de la antigüedad o a los grandes personajes bíblicos para ser considerado como un gran artista. Por el contrario, la atención se dirigía hacia el paisaje, hacia los tipos populares (cosumbrismo), hacia lo particular y lo perecedero. En toda esta actitud está la base del realismo que cristaliza como movimiento definido después de 1848.
Desde el punto de vista técnico, la pintura del momento asume y acentúa las grandes conquistas románticas, utilizándose también, con abundancia, las técnicas cada vez más perfeccionadas de reproducción impresa de la imágen. Las condiciones históricas han cambiado, sin embargo, de modo sustancial; la revolución de 1848 y la fuerza creciente de las organizaciones proletarias conllevan una agudización de la lucha de clase, obligando a muchos representantes del mundo artístico y literario a tomar partido ante los grandes problemas políticos y sociales. Muchos artistas se adhieren a la causa del socialismo, asumiendo como propios los sufrimientos y las aspiraciones de las clases desposeídas. Frente al deseo de evasión del romanticismo, ellos acentúan su apego a la realidad presente; frente al subjetivismo, afirman el imperio de lo objetivo, de “lo que está ahí” y que no se puede ni se debe soslayar.
Desde el punto de vista formal, la pintura resultante tiene mucho que ver con la reducción al plano del mundo exterior que se opera utilizando la cámara fotográfica. Los temas son menos heroicos y amables; campesinos embrutecidos por el trabajo agotador, emigrantes, lavanderas, picapedreros o simples paisajes pintados ante la naturaleza, en un deseo vehemente de representar la realidad tal como se supone que es. El positivismo filosófico y científico, el socialismo, y la creciente revolución tecnológica están pues, en la base del movimiento.
http://laotrapiel.wordpress.com/clasicismo-romanticismo-y-realismo/
lunes, 19 de abril de 2010
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